domingo, 12 de julio de 2009

La neurosis del iniciado

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‑¿De verdad volé, don Juan?
‑Eso me dijiste. ¿No?
‑Ya lo sé, don Juan. Quiero decir, ¿voló mi cuerpo? ¿Me elevé como un pájaro?
‑Siempre me preguntas cosas que no puedo responder. Tú volaste. Para eso es la segunda parte de la yerba del diablo. Conforme vayas tomando más, aprenderás a volar a la perfección. No es asunto sencillo. Un hombre vuela con ayuda de la segunda parte de la yerba del diablo. Nada más eso puedo decirte. Lo que tú quieres saber no tiene sentido. Los pájaros vuelan como pájaros y el enyerbado vuela así.
-¿Así como los pájaros?
‑No, así como los enyerbados.
‑Entonces no volé de verdad, don Juan. Volé sólo en mi imaginación, en mi mente. ¿Dónde estaba mi cuerpo?
‑En las matas ‑repuso cortante, pero inmediatamente echó a reír de nuevo‑, El problema contigo es que nada más entiendes las cosas de un modo. No piensas que un hombre vuele, y sin embargo un brujo puede recorrer mil kilómetros en un segundo para ver qué está pasando. Puede descargar un golpe sobre sus enemigos a grandes distancias. Conque ¿vuela o no vuela?
‑Mire, don Juan, usted y yo tenemos orientaciones diferentes. Pongamos por caso que uno de mis compañeros estudiantes hubiera estado aquí conmigo cuando tomé la yerba del diablo. ¿Habría podido verme volar?
‑Ahí vas de vuelta con tus preguntas de qué pasaría si. . . Es inútil hablar así. Si tu amigo, o cualquier otro, toma la segunda parte de la yerba, no le queda otra cosa sino volar. Ahora, si nada más te está viendo, puede que te vea volar, o puede que no. Depende del hombre,
-Pero lo que quiero decir, don Juan, es que si usted y yo miramos un pájaro y lo vemos volar, estamos de acuerdo en que vuela. Pero si dos de mis amigos me hubie­ran visto volar como anoche, ¿habrían estado de acuerdo en que yo volaba?
‑Bueno, a lo mejor. Tú estás de acuerdo en que los pájaros vuelan porque los has visto volar. Volar es cosa común para los pájaros. Pero no estarás de acuerdo en otras cosas que hacen los pájaros, porque nunca los has visto hacerlas. Si tus amigos supieran de hombres que vuelan con la yerba del diablo, entonces estarían de acuerdo.
‑Vamos a ponerlo de otro modo, don Juan. Lo que quise decir es que, si me hubiera amarrado a una roca con una cadenota pesada, habría volado de todos modos, por­que mi cuerpo no tuvo nada que ver con el vuelo.
Don Juan me miró incrédulo.
‑Si te amarras a una roca ‑dijo‑, mucho me temo que tendrás que volar cargando la roca con su pesada ca­denota.
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Extraído de Castaneda, C., "Las enseñanzas de Don Juan; una forma yaqui de conocimiento", F.C.E., Buenos Aires, 1974, p. 124

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