lunes, 13 de abril de 2009

La ciencia ficción

Debo admitir que nunca me había gustado el género llamado "ciencia ficción". Inclusive reconozco que esquivé su lectura, hasta que cayó frente a mí UBIK de P.K. Dick. Me gustó y seguí.
Luego apareció El hombre ilustrado, de Ray Bradbury.

A continuación, y para conjurar la reanimación de este blog,


LA ÚLTIMA NOCHE DEL MUNDO

-¿Qué harías si supieras que ésta es la última noche del mundo?
-¿Qué haría? ¿Lo dices en serio?
-Sí, en serio.
-No sé, no lo he pensado.
El hombre se sirvió un poco más de café. En el fondo del vestíbulo las niñas jugaban
sobre la alfombra con unos cubos de madera, bajo la luz de las lámparas verdes. En el
aire de la tarde había un suave y limpio olor a café torrado.
-Bueno, será mejor que empieces a pensarlo.
-¡No lo dirás en serio!
El hombre asintió.
-¿Una guerra?
El hombre sacudió la cabeza.
-No.
-¿La bomba atómica o la bomba de hidrógeno?
-No.
-¿Una guerra bacteriológica?
-Nada de eso -dijo el hombre, revolviendo suavemente el café-. Sólo, digamos, un libro
que se cierra.
-Me parece que no entiendo.
-No. Y yo tampoco, realmente. Sólo es un presentimiento. A veces me asusta. A veces
no siento ningún miedo, y sólo una cierta paz. -Miró a las niñas y los caballos amarillos
que brillaban a la luz de la lámpara-. No te lo he dicho. Ocurrió por primera vez hace
cuatro noches.
-¿Qué?
-Un sueño. Soñé que todo iba a terminar. Me lo decía una voz. Una voz irreconocible,
pero una voz de todos modos. Y me decía que todo iba a detenerse en la Tierra. No
pensé mucho en ese sueño al día siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprendí
a Stan Willis mirando por la ventana, y le pregunté: ¿Qué piensas, Stan?, y él me dijo:
Tuve un sueño anoche. Antes que me lo contara yo ya sabía qué sueño era ése. Podía
habérselo dicho. Pero dejé que me lo contara.
-¿Era el mismo sueño?
-Idéntico. Le dije a Stan que yo había soñado lo mismo. No pareció sorprenderse. Al
contrario, se tranquilizó. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No
concertamos nada. Nos pusimos a caminar, simplemente, cada uno por su lado, y en
todas partes vimos gentes con los ojos clavados en los escritorios, o que se observaban
las manos, o que miraban la calle. Hablé con algunos. Stan hizo lo mismo.
-¿Y todos habían soñado?
-Todos. El mismo sueño, exactamente.
-¿Crees que será cierto?
-Sí, nunca estuve más seguro.
-¿Y cuando terminará? El mundo, quiero decir.
-Para nosotros, en cierto momento de la noche. Y a medida que la noche vaya
moviéndose alrededor del mundo, llegará el fin. Tardará veinticuatro horas.
Durante unos instantes no tocaron el café. Luego levantaron lentamente las tazas y
bebieron mirándose a los ojos
-¿Merecemos esto?- preguntó la mujer.
-No se trata de merecerlo o no. Es así, simplemente. Tú misma no has tratado de
negarlo. ¿Por qué?
-Creo tener una razón.
-¿La que tenían todos en la oficina?
La mujer asintió.

-No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy las vecinas hablaban de eso entre ellas.
Todas soñaron lo mismo. Pensé que era sólo una coincidencia. -La mujer levantó de la
mesa el diario de la tarde-. Los periódicos no dicen nada.
-Todo el mundo lo sabe. No es necesario. -El hombre se reclinó en su silla, mirándola.-
¿Tienes miedo?
-No. Siempre pensé que tendría mucho miedo, pero no.
-¿Dónde está ese instinto de autoconservación del que tanto se habla?
-No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De
acuerdo con nuestras vidas, no podía pasar otra cosa.
-No hemos sido tan malos ¿no es cierto?
-No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi
nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas
cosas, muchas cosas abominables.
En el vestíbulo las niñas se reían.
-Siempre pensé que cuando esto ocurriera la gente se pondría a gritar en las calles.
-Pues no. La gente no grita ante la realidad de las cosas.
-¿Sabes? Te perderé a ti y a las chicas. Nunca me gustó la ciudad, ni mi trabajo, ni
nada, excepto vosotras tres. No me faltará nada más. Salvo, quizá, los cambios de
tiempo, y un vaso de agua helada cuando hace calor, y el sueño. ¿Cómo podemos estar
aquí, sentados, hablando de este modo?
-No se puede hacer otra cosa.
-Claro, eso es; pues si no estaríamos haciéndolo. Me imagino que hoy, por primera vez
en la historia del mundo, todos saben qué van a hacer de noche.
-Me pregunto, sin embargo, qué harán los otros, esta tarde, y durante las próximas
horas.
-Ir al teatro, escuchar la radio, mirar la televisión, jugar a las cartas, acostar a los niños,
acostarse. Como siempre.
-En cierto modo, podemos estar orgullosos de eso... como siempre.
El hombre permaneció inmóvil durante un rato, y al fin se sirvió otro café.
-¿Por qué crees que será esta noche?
-Porque sí.
-¿Por qué no alguna noche del siglo pasado o de hace cinco siglos o diez?
-Quizá porque nunca fue 19 de octubre de 1969 y ahora sí. Quizá porque esa fecha
significa más que ninguna otra. Quizá porque este año las cosas son como son, en todo el
mundo, y por eso es el fin.
-Hay bombarderos que esta noche estarán cumpliendo su vuelo de ida y vuelta a través
del océano, y que nunca llegarán a tierra.
-Eso también lo explica, en parte.
-Bueno -dijo el hombre incorporándose-, ¿qué haremos ahora? ¿Lavamos los platos?
Lavaron los platos y los apilaron con un cuidado especial. A las ocho y media acostaron
a las niñas y les dieron el beso de buenas noches y apagaron las luces del cuarto y
entornaron la puerta.
-No sé... -dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrás, con la pipa entre los
labios.
-¿Qué?
-¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos así, entornada, para que entre un poco
de luz?
-¿Lo sabrán también las chicas?
-No, naturalmente que no.
El hombre y la mujer se sentaron y leyeron los periódicos y hablaron y escucharon un
poco de música, y luego observaron, juntos, las brasas de la chimenea mientras el reloj
daba las diez y media y las once y las once y media.

Pensaron en las otras gentes del mundo, que también habían pasado la velada, cada
uno a su modo.
-Bueno -dijo el hombre al fin.
Besó a su mujer durante un rato.
-Nos hemos llevado bien, después de todo- dijo la mujer.
-¿Tienes ganas de llorar? -le preguntó el hombre.
-Creo que no.
Recorrieron la casa y apagaron las luces y entraron en el dormitorio. Se desvistieron en
la fresca oscuridad de la noche, y retiraron las colchas.
-Las sábanas son tan limpias y frescas...
-Estoy cansada.
-Todos estamos cansados.
Se metieron en la cama.
-Un momento -dijo la mujer.
El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento después
estaba de vuelta.
-Me había olvidado de cerrar los grifos.
Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse.
La mujer también se rió. Sí, lo que había hecho era cómico de veras. Al fin dejaron de
reírse, y se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las
cabezas muy juntas.
-Buenas noches -dijo el hombre después de un rato.
- Buenas noches -dijo la mujer.

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