domingo, 25 de noviembre de 2007

"De la mala vida porteña", de Rodolfo Kusch.

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EL ARMADO PARA LA VIDA

Pero seamos realistas. Nosotros, los que pensamos, escribimos o hacemos negocios no
creemos ser pueblo. Somos una clase media y pensamos como tal; somos siempre prácticos y
objetivos, como lo fueron nuestros padres inmigrantes, quienes crearon el bienestar
argentino con su esfuerzo. Por eso decimos sin más que el pueblo vive de una manera, y
nosotros, los de la clase media, de otra. Suponemos siempre que la masa busca sus propios
símbolos para conformar su vida, porque tendrá alguna deficiencia de la cual nosotros
carecemos. En muchos aspectos nos consideramos mejor dotados, más al tanto con lo que pasa
en el siglo, y dispuestos siempre a asumir las responsabilidades que aquel asigna. Y la masa
siempre se atrasa respecto al siglo.
Pero eso nunca diremos pa'mí, como dice el pueblo, ni hablaremos lunfardo para
justificar alguna picardía nocturna, ni repetiremos los versos de algún tango para encontrar
algún sentido en nuestra vida como haría un hombre común. Del Martín Fierro diremos siempre
que es un magnifico poema, pero que mucho mejor y más profundo nos resulta algún autor
moderno. Entre José Hernández y Sartre no hay mucho que dudar, nos quedamos con Sartre.
Pero esa distancia entre nosotros, como clase media que piensa, escribe estudia, o
hace cosas, por una parte, y el pueblo, por la otra, ¿es real o es ficticia? ¿Nada en
absoluto nos une a él? He aquí un problema clave. Se trata de saber de dónde proviene esta
sensación de sentirnos segregados un poco, como al margen del país, y también de comprobar
en dónde realmente están nuestras raíces. [...]
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Para leer el capítulo completo, click aquí.

domingo, 11 de noviembre de 2007

¿Cuándo accedí a que hagan esto de mí?: quejas de un sujeto/objeto que piensa.

El sujeto que no objeta es objeto.

Carmen Baliero


¿Por qué no perdernos en los detalles? ¿Por qué asumir esa linealidad tan industrial en nuestra forma de ver el mundo? Pensar los hechos y las cosas de esta manera tan por encima, tan desde las alturas, nos habilita cierta extensión en nuestra abstracción que de ningún modo nos es útil para abordar el mundo en que vivimos, en el único en el que verdaderamente estarmos, acá abajo. Nos cuesta un trabajo enorme romper con el Iluminismo. Aún cuando en los hechos apreciamos los resultados siempre mounstrosos de un modo de pensar así el mundo, tan estrecho, tan europeo y tan imperialista, nuestra interioridad francamente ha cedido a una tradición de 200 años de objetos pensados y fabricados de esta manera. Es más, se trató de que cedamos. Se trató de crear una visión unívoca del mundo, definida. Y de crear una periferia al rededor de ella. No somos tolerantes. Aún cuando quisieramos serlo, no podemos y cedemos (como nos han enseñado a hacer) ante este discurso único. Inconcientemente, adherimos a ese discurso único. O, mejor dicho, adherimos a esa manera de ver el mundo, entendiendo que hay un discurso único que se impone justificado de manera lógica y por sí mismo y todos los caminos hacia él, justificados también en sí mismos, pero esta vez en forma de causalidades. No hay azar. No hay corrupción. Es oscuridad y luz. Donde no hay, no hay. Donde hay, hay. 0, 1. Nada, Ser. ¿Y qué es esa Nada, qué contiene esa Nada? ¿Está bien asumir que del otro lado de mi ser no hay nada?, que esa pura nada es inofensiva y no ejerce algún tipo de fuerza sobre mí? ¿Cuando accedí, en qué momento, a evitar todo tipo de aproximación a lo desconocido? ¿De dónde saqué toda esta cantidad inmensa de argumentos que se aplican sobre todo?, argumentos que yo no he creado y que repito porque me parecen apropiados. ¿Qué gano en todo esto? No sé cuándo accedimos tan libremente a que hicieran de nosotros especímenes de prueba de un sistema tan perverso, pensando que así podrían encontrar pautas generales, científicas, para aplicarlas a todo el conjunto social, pensando que así mejorará el grupo. Cuando comimos tanta mentira convencidos de que nos alimentaba. El capitalismo necesita sujetos alienados. Ok. Pero aún así, ¿cuándo empezamos a alienarnos tan felizmente? ¿Es que acaso verdaderamente no tuvimos opción? ¿Qué hacemos cada vez que elegimos? Decidiendo vamos armando nuestro camino, el único que podemos tener. Y cada vez que decidimos, hacemos lo que nos enseñaron. Ahí adherimos al sujeto alienado, a esa forma vacía que sonríe siempre tanto, que se muestra tan tentadora, porque han estudiado cómo hacer de este discurso algo aplicable a todos los objetos, imprimirle un pagaré de algo imposible de cumplir y llenarnos de promesas de un futuro imposible. Pensemos un minuto en los objetos que nos rodean. ¿Cuántos de ellos fueron hechos por nosotros? ¿A cuántos de ellos le imprimimos nosotros un sello personal? Pensemos dos veces en relación a lo que compramos. ¿Cuántas cosas verdaderamente estoy comprando cuando compro un objeto? Porque no es sólo la cosa, es una concatenación de conceptos ligados a lo que no es, lo que nunca será y lo que podría ser. Todo junto, como si fuesen comparables. La durabilidad en el tiempo, la belleza, el estatus que provoca tenerlo, etc etc. Todo eso como si estuviera todo verdaderamente allí, en la cosa. Nos enseñaron a comprar de una determinada manera, en la que depositamos en el objeto esperanzas, deseos y categorías propias de sujetos. Y nos imponen la compra como única solución, mientras enseñan las bondades del trabajo alienado, ese trabajo que maneja los tiempos y fuerzas de la gente dentro de parámetros tales como: salario, valor, capital, interés, seguro (en el mejor de los casos), desempleo, sub-ocupación, trabajo esclavo, indigencia, pobre (en el peor de los casos. En todo caso, sigue siendo lo mismo. Se convence a un montón de gente a no descubrirse a sí mismos en su tiempo y en su época a través del trabajo que realiza, haciéndole creer que eso que está ahí dentro, listo para ser descubierto, conviene no abordarlo, porque no es cognoscible. Porque resulta ser así. El mundo es incognoscible. Y nosotros estamos indefectiblemente en Lo desconocido. Siempre lo estaremos. Y aunque creemos imágenes ideales del hombre y le apliquemos a esa imágen un bagaje conceptual inmenso, creyendo que así interpretamos algo de nuestra realidad, de fondo nos seguimos equivocando. Lo único que podemos ver así son las distintas manifestaciones de nuestra forma de pensar; y hay que tomarlas como nada más que eso. Sino, no sólo nos equivocamos, sino que también nos alienamos. Y con ello firmamos un contrato cediendo el control de nuestras vidas, creyendo en la validez sancta de ese contrato. Pero lo más insoportable no es esto. Lo más terrible es que la posibilidad de ser otro, de cambiar, permanece. Siempre existe. Siempre tenemos la posibilidad de abrir una válvula y permitir que la Nada entre en nosotros y le dé espacio a las cosas que tanto apretamos entre sí. Muchas veces quisieramos no tenerla. Pero la tenemos igual.

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