domingo, 14 de octubre de 2007

Mear fuera del tarro

Hay que darle entropía a las cosas. Hay que permitir dejar entrar en nuestros esquemas la posibilidad de la corrupción de nuestro conocimiento. No sólo que este sea inexacto, sino ya corrupto. La posibilidad de que resulte completamente lógico aquello que luego, en un análisis posterior se revela como i-lógico; y así, sucesivamente y al infinito. Conocemos así, desechamos respuestas en un camino de inquietudes evidentes que no sabemos por qué queremos seguir. Y todo esto, cómo olvidarlo, en el lapso de una vida. De una vida humana y corpórea. Aunque por un momento sintamos que todo esto puede quedar sólo en una dicotomía conceptual, el mundo se nos impone de una manera abrumadora. Conocemos; armamos lenguajes; los mejoramos; los ajustamos a nuevos caracteres; queremos que nada se nos escape a una regla o a una excepción perfectamente identificada. Aún así, no respondemos nada y dejamos que la cuestión permanezca encerrada en sí misma. Hay un mundo que se me impone y yo me mantengo fiel a una estúpida tradición de pensamiento según la cual uno debe imponer el Imperio Humano al Imperio de la Naturaleza, en lugar de tratar de reconocernos a nosotros mismos como tímidos habitantes del Imperio de la Naturaleza. Nuestra vida es finita y no podemos tratar de seguir construyendo ideales transversales que se presenten como infalibles. No hay conocimiento, puesto que estamos inmersos en el devenir, en la mezcla cambiante entre la pura Nada y el Ser, en la que se da la casualidad de que representamos una parte pensante de ese todo. O, en todo caso, no hay más conocimiento más allá de eso. Siempre se puede, nunca será.

Aparentemente, el hombre en estos tres últimos siglos ha estado transfiriendo la cuestión, pero jamás se intentó resolverla. La angustia que provocó y nos sigue provocando saber que construimos conceptos de manera arbitraria y jamás necesaria se volcó a lo material. Empezamos a creer en las cosas; no ya como símbolos, sino como cosas idealizadas. Y de esto es herencia nuestro burdo materialismo. Un materialismo fuertísimo, del que gran parte crea el consumismo que sostiene nuestras instituciones, pero otro que dejamos que persista, aún en nuestra intimidad. Compramos un objeto nuevo y esto nos despierta cierto afecto hacia él, lo volvemos especial. Al cabo de un tiempo, este queda inutilizado u obsoleto, y otro tras otro irá ocupando ese lugar especial. No puede ser que mantengamos un ideal de vida en el que nuestra máxima meta es llenarnos de determinadas cosas. Visto así, es como si fuese imposible creer que nada se está haciendo para revertir esta situación. No obstante, presa de nuestra idolatría por los objetos creamos una sociedad que se basa en ellos, en la que permitimos que sean ellos los que nos den órdenes. Un maniquí dice cómo te debes ver. Un traje, cómo te tienes que afeitar. Unas zapatillas, cómo hay que caminar. Un desodorante, cómo debemos oler. Y así. Una parte de la sociedad estudia cómo crear objetos, otra parte estudia cómo venderlos, y el resto renueva constantemente su sed por objetos nuevos. Y luego pasamos nuevamente al plano conceptual. Creemos que las ideas son cosas que están en nuestra mente. Y así ajustamos más y más nuestra subjetividad a los objetos que nos rodean. Sucesivamente, a lo largo de la Historia.

Dónde pues, quedamos nosotros? Cómo es que ya no estamos tan automatizados como para no sufrir esto? Es una estafa. Comprar no significó nada. Tener, tampoco. Acumular, menos. En las cosas no había nada más que cosas. Aprender a vivir dignamente una vida es aprender a no dejar que las cosas sean las que imponen. Es transmitir humanidad como ejemplo. En ser quien se cree que es, algo que por definición se encuentra más allá de las cosas. Ahí es donde queda nuestra libertad. En un lugar de mierda para esta vidita que llevamos, tan llena de cositas. Pero ahí está. Y de ahí no la podemos sacar. Permanece. Y uno no puede ir bien vestido al juicio que se da en la intimidad conciente, producto de la consideración de nuestro ser, contingente, el Ser y la posibilidad eterna e inmensa de ser Nada; se va desnudo.

2 comentarios:

lu* dijo...

Nadie contesta este, falta de valentía, ¿no?

Nini dijo...

Nada de eso, mi querida. Es simplemente perplejidad y falta de creatividad ante semejante escritura...
Felicitaciones por abrir un blog!

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